El pasado viernes 12 de marzo, falleció en Lima el reconocido ingeniero civil Héctor Gallegos Vargas, a la edad de 87 años. Ahora que estamos tan acostumbrados a estas tristes noticias, es del caso precisar que no murió por el coronavirus. Partió naturalmente: se acostó y ya no despertó. Hoy en día debe haberse encontrado con Chabuca Vargas, su compañera de toda la vida, quien se le adelantó hace unos años.

El Perú debe reconocer a sus ciudadanos destacados, sobre todo en estos tiempos de tanta carencia de valores personales. Es el caso de Héctor Gallegos, uno de los ingenieros civiles más renombrados, si no el que más de su generación.

Siendo un joven profesional, Gallegos fue el encargado de diseñar las estructuras del aeropuerto internacional Jorge Chávez. En la placa de la inauguración aparece su nombre testimoniando su aporte profesional. Esa experiencia marca la decisión de Héctor Gallegos de dedicarse al diseño estructural. Funda, entonces, la firma de ingeniería de cálculos y estructuras más importante del medio, la cual sigue en actividad. No debe haber obra civil relevante en el país que no haya tenido la apreciación especializada de Héctor Gallegos.

Pero su competencia profesional no se limita al ejercicio de su gran pasión, la ingeniería, ya que Gallegos incursionó en la enseñanza universitaria. Fue profesor de la Universidad Católica (PUCP) y uno de los promotores de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), en la que fue el primer decano de su facultad de ingeniería.

Gallegos incursionó, también, por su permanente preocupación por el destino del país, en el ámbito institucional. Ocupó la presidencia del directorio de Sedapal y fue decano del Colegio de Ingenieros del Perú. Si hay algo que añadir de Héctor Gallegos, es que fue un humanista convencido, alguien que creía firmemente en el hombre y en su ética, ese valor tan venido a menos y que debiera permitir que el mundo mejore su inequidad y su cuestionable afectación urbana. De hecho, Gallegos es autor de varios libros de su especialidad y hay uno, muy singular, al cual tituló La ética en la ingeniería. Ahí explica su tesis, siempre sugerente y provocadora –como él- de que hay que evitar que la ingeniería se convierta en la ramera del desarrollo destructivo. Se trata, sostiene Gallegos, de hacer que la ingeniería sea el arte de aprovechar los recursos de la naturaleza en beneficio del hombre y de la sociedad.

FUENTE: Caretas

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